Se suele utilizar a menudo la expresión «Santa Trinidad» para hacer una metáfora de las tres cosas más importantes de algo en concreto. Por ejemplo, para muchos cocineros el pimiento, el ajo y la cebolla son la Santa Trinidad del aderezo de cualquier comida, ya sea pollo, pescado o carne; y, sin lugar a dudas, la persistencia, la elocuencia y la astucia son la Santa Trinidad de cualquier vendedor que se precie independientemente de lo que quiera vender, ya sean libros o seguros. Sin embargo, en otros ámbitos no podemos hablar de una tríada, sino que tenemos que ceñirnos a la dicotomía y a la polarización para hablar, en todo caso, de una Santa Dualidad. El universo de la fabricación de edificios, por ejemplo, se rige por una Santa Dualidad muy clara: el aspecto funcional de su diseño arquitectónico y, después, el aspecto de la decoración externa y de interiores. Ambas cosas suelen fundirse cuando el diseño de un edificio cualquiera ha sido bueno, ya estemos hablando de una arena deportiva, de un auditorio o de un simple bloque de viviendas.
Es entonces cuando la mecanización pasa a tener un papel tan relevante como el papel pintado con el que cubriremos las paredes, los azulejos que recubrirán todo el pasillo las lámparas que adornarán el techo a cada paso que demos. El decoletaje industrial, por ejemplo, es un arte sí, un arte desconocido por la inmensa mayoría de la población, y podemos definirlo como la artesanía de los tornos automáticos, los t...